lunes, 26 de octubre de 2009

“La Zona”


La película comienza con tres ladrones que entran a robar en un chalet de La Zona, una urbanización de lujo. Sorprendidos por la propietaria acaban asesinándola, y al intentar huir se desencadena un tiroteo con los guardias privados, que aniquilan a dos de los asaltantes. El otro ladrón, un pobre diablo adolescente, logra escapar pero no puede salir de La Zona, por lo que se esconde en un sótano. Allí le encuentra Alejandro, un chico de su edad que duda en entregárselo a su padre, pues éste ha decidido con los otros vecinos que le atraparán ellos mismos para aplicarle el “ojo por ojo”. La película analiza las consecuencias de una sociedad que sufre una grave crisis de valores. Habla del aumento de la delincuencia, que incrementa a su vez la inseguridad ciudadana, en una zona residencial de lujo de una ciudad que podría ser tantas otras. Reflexiona, asimismo, sobre el peligroso camino de la venganza. Plá se muestra ciertamente fatalista a la hora de mostrar las consecuencias de la escalada de violencia, iniciada por los asaltantes y que los vecinos continúan al tomarse la justicia por su mano. Intentar parar la sinrazón se antoja una tarea ardua, que choca con la incomprensión, la insolidaridad y hasta la corrupción administrativa.




En el final de la película se observa que la situación inicial de violencia e inseguridad no termina, sin embargo, esta ficción, actualmente, empieza a convertirse en meramente realidad.




La Zona es la historia de una sociedad rota, dividida, la historia de dos mundos que se temen y se odian entre sí. ¿Qué hacer cuando la ineficiencia y corrupción de quien debe ejercer la justicia nos deja desamparados? ¿Qué hacer en un mundo donde algunos hombres, pocos, son impúdicamente ricos y la gran mayoría desesperadamente pobres? ¿Qué hacer con el terror del que se aísla detrás de un muro y con la frustración del que vive del otro lado? La Zona pretende ser una llamada de atención, una advertencia ante una forma de futuro posible, una forma de vida que cada vez está más cerca.




Al rodearse de muros, los residentes de la Zona prohíben a los otros la entrada, sin darse cuenta de que el mismo muro significa el encierro para ellos. En beneficio de la protección pierden también el derecho esencial a la privacidad, a la intimidad sacrificada en los circuitos cerrados que vigilan a todos, un precio excesivamente alto para una seguridad que nunca será definitivamente segura. No importa el tamaño de la fortaleza, no importa la altura de la muralla; mientras el desequilibrio exista, siempre habrá alguien que se salte las reglas.




El punto de vista es el de un muchacho muy joven, Alejandro, residente de la Zona, que se verá obligado a enfrentarse a un mundo más amplio que el de la comodidad de su propia vida. A partir de los sucesos de violencia que se presentan en la Zona y la posterior relación con el ladrón, tendrá la necesidad de cuestionarse todo. A través del conocimiento de ambas caras del conflicto, iniciará un camino personal que le llevará a forjar sus principios éticos y a encontrar, en medio de ese caos, su propia visión de la justicia: "… tal vez este lado y el otro lado son el mismo, somos la misma cosa. Tal vez debería existir una forma de justicia que nos amparara a todos sin convertirnos en enemigos, sin obligarnos al odio y a la miseria humana". La ley debe existir como forma de regular la convivencia en una sociedad; incluso el que delinque debe tener un marco de justicia para que se decida su castigo.



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